jueves, 6 de noviembre de 2014

Parque Zapallar, 6 años después








Hace seis años fui con la paisajista  Bernardita Prieto a conocer un nuevo proyecto que había realizado en Parque Zapallar, junto a su oficina.
Le había puesto mucho cariño a esa iniciativa, luego que la inmobiliaria le indicara que se hiciera cargo.
Ayer 5 de noviembre de 2014 lo visité nuevamente con un grupo de paisajistas y viveristas australianas, y recorrimos  cada detalle de las quebradas que van uniendo los edificios de este condominio, que está justamente a 5 minutos de Zapallar y a 5 de Cachagua, al lado del sector denominado El Pangue.
Bernardita ya no está, murió en febrero de 2012, luego de un doloroso cáncer que la alejó de quienes la queríamos, pero sentí su espíritu presente en esta obra y recordé cómo me explicaba cada detalle.
Adjunto la entrevista que hiciera en ese momento, en Vivienda y Decoración. Las fotografías son actuales.
Sus pares australianas disfrutaron en este espacio de siete hectáreas del patio inglés que rodea los edificios, de los bosquecillos con árboles nativos llenos de trinares de pájaros, de la fórmula en que Elizabeth Huyghe logró el master plan con los taludes y aterrazamientos, y de las innovaciones que han ido haciendo las compañeras del estudio de paisajismo de Bernardita, Carolina Zambra y Bernardita de Corral. Con ambas compartimos la pasión por aprender más y nos encontramos en alguna de las numerosas instancias en Chile donde se enseña jardinería y paisajismo.















Sábado 26 de Julio de 2008

EN ZAPALLAR: 
Vegetación para el descanso 

Anclar la arquitectura al suelo fue el propósito de este proyecto paisajístico. El plan maestro planteado por Elizabeth Huyghe hace diez años fue construido por Bernardita Prieto y Carolina Zambra, quienes pusieron especial énfasis en la conservación de las especies nativas que había en el lugar.

Texto, Luz María de la Vega Prat Fotografías, gentileza Bernardita Prieto

Aunque las siete hectáreas del condominio Parque Zapallar limitan con el camino costero y por eso no tocan la arena ni las olas, parecieran estar allí mismo. A cinco minutos de la entrada de Zapallar y a cinco de Cachagua, en el lugar se levantan dos edificios que hace una década diseñaron los arquitectos Jorge Swinburn y Álvaro Pedraza. La arquitecta paisajista Elizabeth Huyghe planteó la necesidad de crear varios taludes y aterrazar ciertos sectores para establecer áreas que permitieran el esparcimiento y la convivencia. "Había mucha pendiente, los edificios estaban muy arriba, y el paño de terreno estaba dividido por importantes quebradas con flora nativa. Por ello, puse énfasis en una circulación grata hacia los distintos estares con una base vegetacional que impidiera que las construcciones se vieran tan altas", cuenta la profesional.

Una vez hecho el plan maestro del paisajismo, la inmobiliaria encargó su construcción a Bernardita Prieto y a su socia Carolina Zambra, quienes debieron entregar los jardines en apenas tres meses. Lo recuerdan como un trabajo muy cordial, en el que todas las decisiones se tomaron en conjunto. Bernardita, quien se instaló en el lugar para poder dirigir las tareas, cuenta que había muchas máquinas retroexcavadoras trabajando en forma paralela, y agrega, "Juan Eduardo Saavedra Vicuña, quien vive en Zapallar, fue en esta materia nuestra mano derecha. Hizo los taludes de tierra y puso rollizos de pino sulfatados, tanto en forma vertical como horizontal, en bordes de escalinatas y formando las huellas".

Después de hacer un acabado estudio sobre las especies que se daban mejor en la zona, analizando aquellas de las casas más antiguas, determinaron cuáles usar, poniendo especial énfasis en las que dan cuenta de la memoria colectiva del lugar.

Una bajada para vehículos que une ambos edificios guía hacia un patio inglés y posteriormente a los estacionamientos. En ese recorrido se creó un atractivo conjunto de helechos arbóreos –alsophylla–, pitosporos enanos y mirto hamburgués, a los que se suman buganvilleas que crecen adosadas a los pilares. Como elementos verticales, se plantaron esterculias, que recién el año pasado florecieron en primavera para continuar hasta el verano, formando un atractivo punto de color rojo. Desde el patio inglés se sube o se baja a los departamentos, los cuales cuentan con amplias jardineras en las que las paisajistas pusieron ampelopsis, buganvilleas y pittosporos enanos para lograr una imagen unitaria.

A continuación de este sector el paisajismo es muy suelto y colorido, pese a su clara estructura, ya que las obras civiles están bastante marcadas. Mirando hacia el mar, cada edificio tiene en su base un talud con más de 1.500 lavandas plantadas en hilera, y en los pilares, Pittosporum undulatum forman conos que permitieron a las paisajistas "anclar la elevada construcción a la tierra", como dice Bernardita.

Las tres quebradas naturales, donde crecen centenarios árboles, como maitenes, quillayes, litres, peumos y boldos, fueron respetadas tal como la paisajista Elizabeth Huyghe proponía en su plan maestro. Así, los edificios del área norte y del sur, divididos por una de ellas, se unieron mediante un puente de madera, de carácter peatonal, que armoniza con el entorno. En ese recorrido y para generar continuidad, Bernardita y Carolina también plantaron árboles autóctonos.

El diseño elaborado para el área de las piscinas buscó generar un gran estar. Allí se plantaron palmeras Cocculus como si fueran quitasoles. "Entregan una sombra amable, una suerte de trama que evita el frío de la sombra que en la playa puede ser muy helada", explica Bernardita.

Bordeando las quebradas y en los paños centrales se generaron grandes terrazas y sectores de pasto, en un jardín que hacia el mar se vuelve más aterrazado. Son justamente los taludes los que se encargan de sectorizar el terreno donde se aprecian dos miradores, paseos, zonas de juegos para niños, dos piscinas, canchas de tenis y numerosos caminos serpenteantes que invitan a recorrer los jardines. Un diseño que definitivamente potencia el entorno y enmarca las vistas, haciendo del lugar un grato espacio para el descanso.

rollizos de pino sulfatados, tanto en forma vertical como horizontal, en bordes de escalinatas y formando las huellas".

Después de hacer un acabado estudio sobre las especies que se daban mejor en la zona, analizando aquellas de las casas más antiguas, determinaron cuáles usar, poniendo especial énfasis en las que dan cuenta de la memoria colectiva del lugar.

Una bajada para vehículos que une ambos edificios guía hacia un patio inglés y posteriormente a los estacionamientos. En ese recorrido se creó un atractivo conjunto de helechos arbóreos –alsophylla–, pitosporos enanos y mirto hamburgués, a los que se suman buganvilleas que crecen adosadas a los pilares. Como elementos verticales, se plantaron esterculias, que recién el año pasado florecieron en primavera para continuar hasta el verano, formando un atractivo punto de color rojo. Desde el patio inglés se sube o se baja a los departamentos, los cuales cuentan con amplias jardineras en las que las paisajistas pusieron ampelopsis, buganvilleas y pittosporos enanos para lograr una imagen unitaria.

A continuación de este sector el paisajismo es muy suelto y colorido, pese a su clara estructura, ya que las obras civiles están bastante marcadas. Mirando hacia el mar, cada edificio tiene en su base un talud con más de 1.500 lavandas plantadas en hilera, y en los pilares, Pittosporum undulatum forman conos que permitieron a las paisajistas "anclar la elevada construcción a la tierra", como dice Bernardita.

Las tres quebradas naturales, donde crecen centenarios árboles, como maitenes, quillayes, litres, peumos y boldos, fueron respetadas tal como la paisajista Elizabeth Huyghe proponía en su plan maestro. Así, los edificios del área norte y del sur, divididos por una de ellas, se unieron mediante un puente de madera, de carácter peatonal, que armoniza con el entorno. En ese recorrido y para generar continuidad, Bernardita y Carolina también plantaron árboles autóctonos.

El diseño elaborado para el área de las piscinas buscó generar un gran estar. Allí se plantaron palmeras Cocculus como si fueran quitasoles. "Entregan una sombra amable, una suerte de trama que evita el frío de la sombra que en la playa puede ser muy helada", explica Bernardita.

Bordeando las quebradas y en los paños centrales se generaron grandes terrazas y sectores de pasto, en un jardín que hacia el mar se vuelve más aterrazado. Son justamente los taludes los que se encargan de sectorizar el terreno donde se aprecian dos miradores, paseos, zonas de juegos para niños, dos piscinas, canchas de tenis y numerosos caminos serpenteantes que invitan a recorrer los jardines. Un diseño que definitivamente potencia el entorno y enmarca las vistas, haciendo del lugar un grato espacio para el descanso.




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