viernes, 24 de diciembre de 2010

ARTICULO DE MARIO MARGARITINI

MIÉRCOLES 1 DE DICIEMBRE DE 2010

Eso que llamamos Naturaleza


Cuando decimos naturaleza, podemos estar hablando de muy distintas cosas. Podemos referirnos a la naturaleza de seres, objetos, materiales, etc. Esto habla de todo aquello que les da entidad. Es decir lo que es intrínseco a cada una de esas realidades. Por Ej.: lo que es parte de la naturaleza de una forma, es todo aquello que le da esa identidad, que no es igual para un cubo que para una esfera ni para alguna mucho más compleja que se componga de muchas otras. Lo mismo pasa con las naturalezas (identidades) de los colores, texturas, materiales, etc. Es decir, confundimos naturaleza con identidad. Esta confusión no deja de ser, como mínimo, interesante. (si natura es el origen de todo, es allí donde residen todas las identidades)

También, hacemos referencia a la identidad diciendo naturaleza cuando hablamos de las características de un vegetal, animal o persona. Existen un conjunto de datos, que hacen que cada una sea lo que es y esto compone “su naturaleza”. Casi inconscientemente utilizo la palabra “compone” ya que sin lugar a dudas cada cosa y cada ser es precisamente eso: una composición. Es más, el conjunto de seres o cosas también es una composición, ya que todo existe simultáneamente y vinculado al resto de la realidad. Esa gran realidad que nos rodea, también nos condiciona y condiciona a cada ser o cosa, ya que no tenemos más remedio que coexistir y este conjunto de condicionamientos también compone, como un hilo invisible que relaciona todo.

Pero, cuando decimos naturaleza para referirnos al conjunto de seres y cosas “ajenos” a las culturas humanas, (es decir, el paisaje de aquellas colinas o esta llanura, eso que ocurre en los bañados de un río o en aquella isla lejana) nos equivocamos. Cometemos un grave error conceptual con consecuencias nefastas al llamar naturaleza a esto que pretendemos, que libremente evoluciona como si estuviera al margen de las conductas y acciones (éticas) humanas; como si ese hilo invisible no pudiera enhebrarlas.

Claro que verlo así, no deja de tener la ventaja de mantenernos al margen de las “catástrofes naturales”. Así es como no podemos sentirnos responsables de la erupción de un volcán o de un terremoto y nos separa de las responsabilidades por tormentas o inundaciones, poniendo a todo esto en una especie de designio divino o incomprensibles caprichos de lo que erróneamente insistimos en llamar naturaleza.

Me pregunto ¿No nos pone esto en igual nivel de ingenuidad que aquel hombre primitivo que adoraba al trueno como a un dios por no poder comprenderlo? ¿No estamos “algo grandes” ya para seguir cometiendo la misma ingenuidad?

Hoy, cuando ya es in disimulable que la Antártida se derrite, que las corrientes oceánicas cambian de dirección modificando climas en todo el planeta, que el Amazonas ya no retiene toda el agua que la tierra necesita ni produce la cantidad necesaria de oxígeno ¿A quién beneficia este antiguo, ingenuo y nocivo concepto de naturaleza?

Si, claro, no quiero caer en la ingenuidad de creer que no existe algún beneficiario. Hay empresas japonesas que “capturan” los témpanos que se desprenden de la Antártida (se trata del agua más pura que contiene el planeta) y comercializan el agua resultante. También están los intereses ganaderos y papeleros en el Amazonas por parte de empresas de los EU. Sin embargo ¿Seremos ingenuos quienes sostenemos la ingenuidad de este concepto de naturaleza? O ¿Serán ingenuos quienes insisten en él?

Cuando el aire sea irrespirable (sabemos que en gran medida ya lo es), el agua imbebible, etc. lo será para todos. Incluidos aquellos momentáneos beneficiarios que cometen la ingenuidad de creer que no van a vivir las catástrofes “naturales” que ya están viviendo.

MARIO MARGARITINI ES UN INGENIERO AGRÓNOMO Y PAISAJISTA DE SANTA FÉ, ARGENTINA

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